Salí apurado de mi casa rumbo a una reunión. Estaba justo con el tiempo y no sabía cuánto me iba a demandar el viaje, producto de lo difícil que es estimar la duración de los traslados en esta Buenos Aires colapsada.
A las pocas cuadras advertí que habíame olvidado los documentos en casa. Normalmente hubiera vuelto a buscarlos, pero producto de mi apuro por llegar, me arriesgué.
Lo que uno hace normalmente cuando está en falta, es tratar de pasar lo más desapercibido posible. En esta situación, uno trata de no pasar en amarillo (muchos menos en rojo), ni quedarse atascado en el medio de una bocacalle, obviamente utiliza las luces correspondientes, no utiliza el celular, trata de no excederse de las máximas permitidas, y aún así, uno sabe que corre el riesgo de que algún control policial lo pare y lo pesque en off side.
Es más, hasta un chico de 6 años tiene este tipo de inteligencia.
Cuando a los nenes sus padres los mandan a dormir y ellos aún no tienen sueño, les aseguro que dejan la menor cantidad de luz prendida, hacen el menor ruido que pueden, y se quedan leyendo, viendo tele o en la compu, sin "levantar la perdiz".
Recuerdo de pequeño, que mis abuelos me ponían límites a la hora de comer golosinas en su casa. Cuando quería exceder ese límite, esperaba que se fueran a dormir, y sin encender la luz y haciendo la menor cantidad de ruido, me levantaba, buscaba en lo alto del placard dónde "escondían" la caja de 24 alfajores Terrabusi, agarraba un par y me iba a la camita a degustarlos.
El único tema es que cometía una desprolijidad adrede.
Visto a la distancia siento como que no me alcanzaba con comerme más alfajores de los permitidos. La fechoría no estaba completa si no dejaba una señal para que se sepa que yo había logrado transgredir la regla. Obviamente, mis abuelos no contaban los alfajores que habían ni los que quedaban antes de irse a dormir, no había auditorías, por lo que la única forma de que se enteraran no en el acto, pero al poco tiempo, era esconder los papeles de los alfajores debajo de la cama.
A la siguiente vez que veía a mis abuelos, me retaban, se reían, me preguntaban si estuvieron ricos, me amenazaban con que no me iban a comprar más, y en ese momento sentía que la misión estaba cumplida. Me había comido los alfajores y se habían enterado de mi picardía.
Este flashback que tuve, no me apareció de casualidad. Tampoco es una novedad que soy adicto a los alfajores, así que todavía deben estar un poco perdidos respecto de a dónde quiero llegar.
Volvamos al auto. Yo manejando sin documentos tratando de hacer buena letra para no tener que dar explicaciones a ningún policía y de repente en la radio, aparece la noticia del ex Secretario de Transporte de la Nación, Sr. Ricardo Jaime, que entre otras cosas, vivía en un departamento alquilado, cuyo alquiler pagaba la empresa a la que él le había otorgado una extensión en la concesión de la Terminal de Ómnibus de Retiro hasta el año 2015.
Un trabajo sucio, pero limpio, hubiera sido que esos 3 mil o 4 mil pesos por mes que pudo haber costado ese alquiler, se lo hubiesen dado en un sobre a Jaime, y que él hubiera mandado un motoquero, a su secretario, o por transferencia bancaria para pagarlo "de su propio bolsillo".
Sin embargo, y como un chico de 8 años haciendo una travesura, prefirió dejar los papeles de los alfajores debajo de la cama, sabiendo que a las abuelas, les gusta barrer.